en la cima del cerro canrrara
CENTRO SOCIAL HUALLA
viernes, 18 de julio de 2014
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ANTAPILLO
Cuando uno viaja por la carretera Hualla-Anoccara, y al llegar a Llulluchapampa se divisa un espacio panorámico misterioso. Allí se dividen dos caminos, uno que va por el valle Qenhuamayo a Viscacha Orqu y Huanacopampa, y otro que continuando va a Anoccara y Aqokunka; que finalmente por cualquiera de ellos se llega a Kachipata. Un día don Alejandro, comunero de Hualla, intentaba contarme del Apu Antapillo, cuando emprendíamos un viaje a las cimas de Cachipata y Churmi. Con él salimos del pueblo a las tres horas de la madrugada, para llegar temprano a Churmi. Allí era el encuentro de todos los comuneros para realizar la actividad de arreo (rodeo) de ganados mostrengos, avispados, “hallaros”, que andaban sueltos de sector en sector y no tenían dueños. Ya estando en Itonqa Pata, Alejandro, sacó de su equipaje la hoja verde de la coca y su huaqaycholo (aguardiente) y antes de chacchar y beber, extendiendo sus brazos pronunció sumisamente: “apu suyo Qarwarazo”, “Raswillca”, “San Cristóbal”, “Waqramarka”, “Antapillo”, “Wamaqo” ratullama chayarusaq Churmihuayquman, ñanta uchuycachinchik”, al pronunciar estas palabras, con los dedos de la mano derecha centelleó a cada uno de los nombrados apus el aguardiente y bebió tres copas, seguidamente, hizo lo mismo con las tres mejores hojas de coca en señal de ofrecimiento y agasajo. De allí continuamos el viaje platicando de todo un poco. Ya estando en la cima de Llulluchapampa, se me viene a la mente el nombre de Antapillo, como era de luna observé al apu que sobresalía de entre sus pares y al andar un poco más, nos encontramos con un par de vicuñas, lo que me despertó, aún más, la curiosidad. Mi compañero, parece que percibía mi preocupación, y antes que yo pronunciara palabra alguna, dijo: “estas criaturas vienen de Antapillo y estarán cargando oro a Raswillca, cómo cruzarán el río Pampas”.
Como algo así había escuchado en otras ocasiones, para estar seguro de ello, inquirí a mi amigo porqué decía tal hecho. Entonces Alejandro detalló: “Antapillo se comunica con otros apus que tienen similar poder y riqueza, a través de las vicuñas, y como un acto de diplomacia y cortesía se entregan mutuamente el preciado metal, las cargas están sujetadas con cintas de oro y éstas tienen el color de la bandera peruana”. De pronto, en un instante, las vicuñas se fueron enfiladas por los sinuosos caminos especialmente habilitados y desaparecieron de nuestros ojos con dirección a Raswillca.
Así avanzamos el viaje, cruzamos el riachuelo de Ayamayllanqa, llegamos a la cumbre de Aqokunka, allí amanecimos y observamos Kachipata, Vizcacha, Chipi y Kunckaylla Urqu. Luego de descansar un momento al lado del oratorio construido a base de piedras en el que se levanta una cruz de madera, adornada de flores y huaylla ichus, recorrimos a trote la bajada hasta llegar al río Saccsara y Kachimayo, y nuevamente iniciamos la subida pasando por Tauqaylla, logrando llegar a Kachipata, en este lugar, brota la sal líquida, para conservar limpio y depositado, los comuneros de Hualla levantaron una construcción impresionante utilizando las mejores piedras de la zona. Para contarles un poco, Kachipata era y continúa siendo un espacio que congrega a muchos pobladores de Huancapi, Cayara, Saccsamarca, Huancasancos, Canaria, Colca y otros, de este misterioso lugar, llevan sal en cantidades considerables a caballo, mula y burro, tanto para el consumo humano, como para los ganados. Se dice que con esta sal que aflora desde las profundidades de la mama pacha, el sabor del queso y comida típica son deliciosos. En tiempos anteriores a la violencia social, Kachipata era un centro de comercio, confluía tanto a extraños como a los propios huellinos. Es crecidamente conocida la tienda que fue de Manuel Barrientos, ahora que me viene a la mente aquélla canción: “Kachipatapi Manuel Barrientos, traguchaykita rantikamuay, huarmayanahuay tomaykunaypaq, ancha cusisqa tusuycunaypaq, hanay willkina huasichapi, mama killapa achkikusqan, chirihuayrapa maqaykusqan. Rantikamuay apurayta, tayta mamaypa nana yachasqantam hamuni cachi apaq tumpachalla. Yapaykamuay uq puchuyluchapiwan, amayqa huayqupim achikyasaq, akllasqa sipaskunapa chaupimpe, banduriaytawan quitarrayta tuka tukaycuspay, paqcha sirena qinam paniykuna takiykunqaku llapan apu suyukunapa uyarinankama”.
De este tramo, para llegar a Churmi faltaba un recorrido de una hora, caminamos rápido toda la pampa de Kachipata, pasando por el cumbre de Chipi, en cuya ápice están enterrados los restos del guerrero huallino “Qariwaqachi” quien murió allí en la lucha con los españoles, y por fin llegamos a una estancia de Churmi a las siete de la mañana, donde habían pernoctado los comuneros desde el día anterior, estaban tomando desayuno, otros alistándose para la faena.
Se dice que Antapillo tiene mágicos sucesos, cuentan que se abre durante las estaciones de lluvia, precisamente cuando las nubes lo cubren como un manto blanco. En su interior hay palacios construidos y adornados a base de oro. Los comuneros que viven cerca a él, dicen que al abrirse emite un sonido movido “ran, ran, rammmmm, mmm, mmmm, mmm”.
En una oportunidad una linda pastora, de por lo menos de dieciocho años de edad, doncella y de una imagen escultural, luego de cantar con soltura canciones de Qachua y mandar besos y carcajadas a los maqticos de ocupación similar a ella, que se encontraban en Llulluchapata, Wamaqo y Waqramarca, luchando por ganarse la confianza de ella, por intervención invisible e irresistible del apu se quedó dormida en las cimas de aquél. En su sueño escuchaba sonidos de ran, ran, rammm, mmm. Al poco rato se despertó dentro de un palacio sentada en un trono de oro brillante. Ahí se le acercó un joven vestido de blanco, con barbas rubias y grandes. Le cortejó con total delicadeza y con voz romántica. Le tomó de la mano y le dijo: “Bella mujer, aquí vivirás eternamente, serás inmortal y no te faltará nada. Te escogí, inspirado en tu sencillez y tierno sentimiento. Serás mi esposa, de tus padres no debes preocuparte, pues ellos, vivirán en paz, porque los convenceré en sus sueños que estás tranquila y en un lugar seguro”. Atónita, ella, no podía decir nada. El joven de pronto le ofreció comida y bebidas, ofrendas de oro, entre otros, un arete y anillo fino. Se sentó al lado de ella y aclamó un poema: “Mi existencia y mi riqueza tienen razón de ser, sólo contigo bella mujer nacida a las sombras y protección del apu San Cristóbal, princesa inocente que llegaste al descubrir el camino que conduce a mi palacio, desde ahora habrá paz en tu pueblo, las necesidades serán echadas para siempre, hablo perfecto tu idioma: “Sumaq akllakusqay sipascha, qanwan – ñuqam wiñaypaq cuyanakusun, ama manchakuhaychu”. De tanto galanteo ella aceptó ser novia del apu. Desde entonces, vivieron juntos. En el palacio cada cierto tiempo había reuniones importantes con otros apus similares, allí ha visto también a Qarwarazo, que era un señor poderoso, ya de avanzada edad, pero influyente. En efecto a ha visto que los apus mutuamente se ofrendaban el oro y lo remitían a través de preciosas vicuñas. La adolescente no avanzaba de edad. Se ganó la confianza del apu. Cierta vez, el apu Antapillo tenía programado una visita de cumbre cerca a Bolivia, pero esta vez no viajó con su novia, le dejó sola en el palacio, para que cuide y arregle la sala de reuniones, le dejó todas las llaves, incluso de la puerta que se comunica con el mundo externo. El apu no pensó ni sospechó en la falta de lealtad que tendría la adolescente.
Al notar la ausencia del apu Antapillo, llegó de visita un poderoso apu del norte del Perú, podría haber sido de Cajamarca y le tocó la puerta, a lo que ella, abrió. Una vez adentro aquella se hizo enamorar con el visitante y resultó infiel con su príncipe. Para evitar que sean descubiertos planearon huir al norte, pero no tuvo suerte. El apu Antapillo, llegó al instante que salían de su palacio y echó maldición. El apu norteño desapareció, pero la entonces pastora a una distancia del apu quedó convertida en roca peñascosa y pétrea para siempre, desde allí hubo peligros en el pueblo de Hualla, que está cerca de aquél.
Autor: Félix Alcántara Valenzuela
Cuando uno viaja por la carretera Hualla-Anoccara, y al llegar a Llulluchapampa se divisa un espacio panorámico misterioso. Allí se dividen dos caminos, uno que va por el valle Qenhuamayo a Viscacha Orqu y Huanacopampa, y otro que continuando va a Anoccara y Aqokunka; que finalmente por cualquiera de ellos se llega a Kachipata. Un día don Alejandro, comunero de Hualla, intentaba contarme del Apu Antapillo, cuando emprendíamos un viaje a las cimas de Cachipata y Churmi. Con él salimos del pueblo a las tres horas de la madrugada, para llegar temprano a Churmi. Allí era el encuentro de todos los comuneros para realizar la actividad de arreo (rodeo) de ganados mostrengos, avispados, “hallaros”, que andaban sueltos de sector en sector y no tenían dueños. Ya estando en Itonqa Pata, Alejandro, sacó de su equipaje la hoja verde de la coca y su huaqaycholo (aguardiente) y antes de chacchar y beber, extendiendo sus brazos pronunció sumisamente: “apu suyo Qarwarazo”, “Raswillca”, “San Cristóbal”, “Waqramarka”, “Antapillo”, “Wamaqo” ratullama chayarusaq Churmihuayquman, ñanta uchuycachinchik”, al pronunciar estas palabras, con los dedos de la mano derecha centelleó a cada uno de los nombrados apus el aguardiente y bebió tres copas, seguidamente, hizo lo mismo con las tres mejores hojas de coca en señal de ofrecimiento y agasajo. De allí continuamos el viaje platicando de todo un poco. Ya estando en la cima de Llulluchapampa, se me viene a la mente el nombre de Antapillo, como era de luna observé al apu que sobresalía de entre sus pares y al andar un poco más, nos encontramos con un par de vicuñas, lo que me despertó, aún más, la curiosidad. Mi compañero, parece que percibía mi preocupación, y antes que yo pronunciara palabra alguna, dijo: “estas criaturas vienen de Antapillo y estarán cargando oro a Raswillca, cómo cruzarán el río Pampas”.
Como algo así había escuchado en otras ocasiones, para estar seguro de ello, inquirí a mi amigo porqué decía tal hecho. Entonces Alejandro detalló: “Antapillo se comunica con otros apus que tienen similar poder y riqueza, a través de las vicuñas, y como un acto de diplomacia y cortesía se entregan mutuamente el preciado metal, las cargas están sujetadas con cintas de oro y éstas tienen el color de la bandera peruana”. De pronto, en un instante, las vicuñas se fueron enfiladas por los sinuosos caminos especialmente habilitados y desaparecieron de nuestros ojos con dirección a Raswillca.
Así avanzamos el viaje, cruzamos el riachuelo de Ayamayllanqa, llegamos a la cumbre de Aqokunka, allí amanecimos y observamos Kachipata, Vizcacha, Chipi y Kunckaylla Urqu. Luego de descansar un momento al lado del oratorio construido a base de piedras en el que se levanta una cruz de madera, adornada de flores y huaylla ichus, recorrimos a trote la bajada hasta llegar al río Saccsara y Kachimayo, y nuevamente iniciamos la subida pasando por Tauqaylla, logrando llegar a Kachipata, en este lugar, brota la sal líquida, para conservar limpio y depositado, los comuneros de Hualla levantaron una construcción impresionante utilizando las mejores piedras de la zona. Para contarles un poco, Kachipata era y continúa siendo un espacio que congrega a muchos pobladores de Huancapi, Cayara, Saccsamarca, Huancasancos, Canaria, Colca y otros, de este misterioso lugar, llevan sal en cantidades considerables a caballo, mula y burro, tanto para el consumo humano, como para los ganados. Se dice que con esta sal que aflora desde las profundidades de la mama pacha, el sabor del queso y comida típica son deliciosos. En tiempos anteriores a la violencia social, Kachipata era un centro de comercio, confluía tanto a extraños como a los propios huellinos. Es crecidamente conocida la tienda que fue de Manuel Barrientos, ahora que me viene a la mente aquélla canción: “Kachipatapi Manuel Barrientos, traguchaykita rantikamuay, huarmayanahuay tomaykunaypaq, ancha cusisqa tusuycunaypaq, hanay willkina huasichapi, mama killapa achkikusqan, chirihuayrapa maqaykusqan. Rantikamuay apurayta, tayta mamaypa nana yachasqantam hamuni cachi apaq tumpachalla. Yapaykamuay uq puchuyluchapiwan, amayqa huayqupim achikyasaq, akllasqa sipaskunapa chaupimpe, banduriaytawan quitarrayta tuka tukaycuspay, paqcha sirena qinam paniykuna takiykunqaku llapan apu suyukunapa uyarinankama”.
De este tramo, para llegar a Churmi faltaba un recorrido de una hora, caminamos rápido toda la pampa de Kachipata, pasando por el cumbre de Chipi, en cuya ápice están enterrados los restos del guerrero huallino “Qariwaqachi” quien murió allí en la lucha con los españoles, y por fin llegamos a una estancia de Churmi a las siete de la mañana, donde habían pernoctado los comuneros desde el día anterior, estaban tomando desayuno, otros alistándose para la faena.
Se dice que Antapillo tiene mágicos sucesos, cuentan que se abre durante las estaciones de lluvia, precisamente cuando las nubes lo cubren como un manto blanco. En su interior hay palacios construidos y adornados a base de oro. Los comuneros que viven cerca a él, dicen que al abrirse emite un sonido movido “ran, ran, rammmmm, mmm, mmmm, mmm”.
En una oportunidad una linda pastora, de por lo menos de dieciocho años de edad, doncella y de una imagen escultural, luego de cantar con soltura canciones de Qachua y mandar besos y carcajadas a los maqticos de ocupación similar a ella, que se encontraban en Llulluchapata, Wamaqo y Waqramarca, luchando por ganarse la confianza de ella, por intervención invisible e irresistible del apu se quedó dormida en las cimas de aquél. En su sueño escuchaba sonidos de ran, ran, rammm, mmm. Al poco rato se despertó dentro de un palacio sentada en un trono de oro brillante. Ahí se le acercó un joven vestido de blanco, con barbas rubias y grandes. Le cortejó con total delicadeza y con voz romántica. Le tomó de la mano y le dijo: “Bella mujer, aquí vivirás eternamente, serás inmortal y no te faltará nada. Te escogí, inspirado en tu sencillez y tierno sentimiento. Serás mi esposa, de tus padres no debes preocuparte, pues ellos, vivirán en paz, porque los convenceré en sus sueños que estás tranquila y en un lugar seguro”. Atónita, ella, no podía decir nada. El joven de pronto le ofreció comida y bebidas, ofrendas de oro, entre otros, un arete y anillo fino. Se sentó al lado de ella y aclamó un poema: “Mi existencia y mi riqueza tienen razón de ser, sólo contigo bella mujer nacida a las sombras y protección del apu San Cristóbal, princesa inocente que llegaste al descubrir el camino que conduce a mi palacio, desde ahora habrá paz en tu pueblo, las necesidades serán echadas para siempre, hablo perfecto tu idioma: “Sumaq akllakusqay sipascha, qanwan – ñuqam wiñaypaq cuyanakusun, ama manchakuhaychu”. De tanto galanteo ella aceptó ser novia del apu. Desde entonces, vivieron juntos. En el palacio cada cierto tiempo había reuniones importantes con otros apus similares, allí ha visto también a Qarwarazo, que era un señor poderoso, ya de avanzada edad, pero influyente. En efecto a ha visto que los apus mutuamente se ofrendaban el oro y lo remitían a través de preciosas vicuñas. La adolescente no avanzaba de edad. Se ganó la confianza del apu. Cierta vez, el apu Antapillo tenía programado una visita de cumbre cerca a Bolivia, pero esta vez no viajó con su novia, le dejó sola en el palacio, para que cuide y arregle la sala de reuniones, le dejó todas las llaves, incluso de la puerta que se comunica con el mundo externo. El apu no pensó ni sospechó en la falta de lealtad que tendría la adolescente.
Al notar la ausencia del apu Antapillo, llegó de visita un poderoso apu del norte del Perú, podría haber sido de Cajamarca y le tocó la puerta, a lo que ella, abrió. Una vez adentro aquella se hizo enamorar con el visitante y resultó infiel con su príncipe. Para evitar que sean descubiertos planearon huir al norte, pero no tuvo suerte. El apu Antapillo, llegó al instante que salían de su palacio y echó maldición. El apu norteño desapareció, pero la entonces pastora a una distancia del apu quedó convertida en roca peñascosa y pétrea para siempre, desde allí hubo peligros en el pueblo de Hualla, que está cerca de aquél.
Autor: Félix Alcántara Valenzuela
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